El olor de un ser que siempre ha estado solo, oliéndose a sí mismo en su estancia sin otros,
oliendo su acre mismidad.
y el olor de otro ser solo que sólo a sí mismo ha olido
se encuentran.
Se transforman en caracoles y se aman como caracoles, intercambiando partículas que se desprenden con el rozamiento.
En la siesta llega hasta ellos el olor dulzón de un guiso de carne, un regusto de vino,
y vuelven a amarse
abriéndose y penetrándose de la grandeza de todo lo que tienen por delante.
La despreocupación por la forma, los desayunos orgiásticos de las babosas, los frotamientos de los mil aromas.