16 de junio de 2016

Lluvia tibia

Hace uno de esos días de ráfagas de lluvia tibia. El sol tan pronto viene como se va y unas nubes de un gris azulado oscurecen de repente el puerto. Cuando se levanta viento los mástiles de los yates y las lanchas hacen un ruido como de poblado africano, como de cuencos de madera que entrechocan. El cajero estaba estropeado y yo tenía que ir hasta el final del paseo marítimo, un par de kilómetros, sin paraguas y sin dinero para un taxi. Pero no tenía frío y eso me reconfortaba. Respiraba bien, por la nariz, y percibía perfume a mar en el aire. Empecé a caminar con demasiada calma para la lluvia que caía. Pero la lluvia no duraba mucho, porque llegaba de repente como una bofetada, como un escuadrón de gotas que me golpearan las mejillas, y luego se iba durante un rato. Sobre el mar las nubes comenzaron a ser blancas y algodonosas. Cuando llegué al cajero saqué dinero y me di la vuelta. Los dos kilómetros de suelo mojado estaban iluminados por un sol rojo.

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